La sensibilidad de los minerales a la luz, el aire y el agua
La acción de la luz.
Algunas especies mineralógicas son extremadamente sensibles a la luz, por lo que no se aconseja su exposición en vitrinas. Numerosos y magníficos ejemplares de rejalgar, un sulfuro de arsénico de espléndido color rojo, se han perdido irreparablemente por coleccionistas que los exhibían, desconociendo su punto débil.
Al igual que el rejalgar, también son sensibles a la luz varias especies de minerales de plata (sobre todo los halogenuros, que no en balde son los que se utilizan como material sensible de las películas fotográficas), e incluso algunas gemas, como la kunzita, que recién extraída presenta un tinte azulado, que se transforma rápidamente en violácea, que es su color más conocido.
La meteorización por el aire y la humedad.
Más problemática es la conservación de los minerales que se meteorizan» con el aire, perdiendo agua, o bien, que son delicuescentes al absorber la humedad del aire. En estos casos es imprescindible conservar los ejemplares en recipientes bien cerrados: es conveniente comprar pequeñas cajas de plástico duro y transparente, que tienen cierre hermético y permiten analizar los ejemplares con un microscopio de pocos aumentos.
Los bordes de tales cajas se podrían fijar más sólidamente con alguna cola de contacto. En general, los minerales que presentan estos problemas son las sales que acompañan a la sal gema (carnalita, bischofita, kainita, leonita, schoenita, etc.) e, incluso, la propia sal gema o halita, que se puede perder por la fragmentación de estos minerales.
También están afectados los sulfatos que se forman en varias chimeneas volcánicas o por alteraciones de la pirita (coquimbita, melanterita, etcétera). Muchos de estos sulfatos contienen a menudo soluciones ricas en ácido sulfúrico, que son ya de por s/ delicuescentes y tienden a destrozar todo lo que se pone en contacto durante algún tiempo.
También en el caso de que no exista delicuescencia, para las especies solubles en agua, como es la inmensa mayoría, la limpieza presenta problemas. Por estas razones se aconseja conservar las especies mineralógicas dentro de pequeñas cajas. La solubilidad en el agua se puede verificar fácilmente, tocando el mineral con la lengua: si no se advierte un sabor salado, entonces el mineral es insoluble (no hay que asustarse por el pésimo sabor que tienen algunos minerales de hierro puesto que no son venenosos).
La oxidación.
Algunos minerales que de por sí son estables en el aire e insolubles en el agua presentan dificultades, puesto que pueden sufrir un imparable proceso de oxidación, que tiende a disgregarlos más o menos rápidamente. Por ejemplo, los fragmentos de hierro nativo de origen meteorítico se perjudican por la acción de algunos cloruros (por ejemplo, la laurencita), que es delicuescente, y da lugar a una solución que, por continua oxidación y reducción, transforma el hierro en una masa de virutas.
Del mismo modo, algunos ejemplares de pirita por acción del ácido sulfúrico, derivado de una primera fase de oxidación, se atacan continuamente, fragmentándose en varios trozos. Curiosamente, no toda la pirita presenta este fenómeno, sólo algunos ejemplares, probablemente por causa de elementos extraños (cobalto, manganeso, molibdeno, etc.), que catalizan el fenómeno de oxidación acelerándolo.
Los remedios.
Para frenar estos procesos se precisa ante todo tener en cuenta que esto se produce porque comienzan a formarse vestigios de una solución acuosa-acida, que aumenta continuamente por el fenómeno de la oxidación, y que, por tanto, auto aceleran la disgregación (el inicio es siempre lentísimo, pudiendo pasar inobservado durante varios años, mientras que la fase final puede ser muy rápida).
Por tanto:
- Se deben conservar más o menos todos los sulfuros en un lugar seco. A veces, conservar durante pocos meses una colección en una bodega puede tener consecuencias desastrosas;
- No está de más lacar con barniz transparente los ejemplares recientes y secos. Si por cualquier motivo se quisiera eliminar el barniz, se puede utilizar un disolvente con acetona:
- Cuando se noten mínimos rasgos de oxidación, es decir, hinchamientos, se puede proceder al siguiente tratamiento; se sumerge el ejemplar en una solución concentrada de bicarbonato sódico, que neutraliza el ácido y se le deja así durante un día entero.
Después, para secar los ejemplares, se puede utilizar un secador de pelo. No se deben de lavar nunca, sólo se puede utilizar un plumero para eliminar los restos de bicarbonato, aunque no debe de importar que permanezca, puesto que así neutraliza el ácido, quizá todavía presente, por último, se laca el ejemplar bien seco con un barniz transparente sin abusar en su cantidad.
ENCICLOPEDIA LOS MINERALES, Ediciones Nueva Lente, página 220
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